sábado, enero 12, 2013

Todas íbamos a ser bellas, ¿o no?


Me levanto, me baño, me pongo crema en la cara, me seco el pelo, me visto despacito para que el I no se vaya a despertar con el ruido. La Queti me mira, me maúlla y yo no puedo evitar la sensación de amor absurdo que le tengo a mi gata. Veo el celular y tengo un mensaje de una amiga por wasap: fui a un médico que te hace bajar 20 kilos en un mes, ¿vamos? Y yo pienso: puta que estamos cagás, hasta cuándo chucha vamos a dejar de creer en los médicos que te hacen bajar de peso, si lo que tenemos que arreglar es la angustia diaria que nos hace zamparnos dos marraquetas con jamón, sin pensar en aditivos ni colorantes. 

Prolepsis inconsciente.


Esa sensación de estar triste, no porque te pasó algo, sino porque sólo se te acabó la cuota de felicidad hasta nuevo aviso. Como cuando era chica, y jugaba a los sims, y por perder mucho tiempo entrenando a mi mona en la piscina, terminaba ahogándose por no tener suficiente energía para salir. Así me siento ahora, incapaz, incompetente y triste, como si mi barritas de energía se hubieran descargado completamente. Pienso en las soluciones: mandar a todos a la chucha, bañarme con agua bien helá por harto rato, sacar a pasiar a la Queti al parque, llorar como la Shakira en Inevitable o prender el  ventilador y seguir trabajando, para que me abonen unas cagonas treinta lucas que me van a salvar este mes. Inconscientemente las ordené de menos posibles a más: cagué, como todos los chilenos, como los pobres santiaguinos incomprendidos en su mal humos por su estilo de vida como el pico, sigo tecliando, anhelando que con esas cagonas treinta lucas, me alcance para comprarme un prestigio helado.